Prologo

Por Dr. Eduardo A. Russo[1]

Diseño de sonido para producciones audiovisuales es un trabajo que se distingue claramente de las propuestas frecuentes  en los manuales disponibles sobre este tema. En aquellos trabajos, cierta orientación práctica lleva a pasar, desde una indispensable serie de consideraciones generales, a la exposición detallada de  recursos y procedimientos, sea técnicos o creativos, que en definitiva intentarían responder un conjunto de “cómo se hace”, brindar la fórmula apropiada para la resolución de un problema o situación en la creación sonora dentro del campo audiovisual.
Como lo estipula su autor en los mismos tramos iniciales del trabajo, se trata de un camino guiado por indagaciones y una atenta posición analítica y reflexiva, que implican, ante todo, un ejercicio de la mirada y la escucha donde las fórmulas establecidas ceden ante la necesidad de la innovación. No resulta casual, explorando su índice, que las fórmulas interrogativas dispongan una elaborada serie de incógnitas que la inmersión en cada capítulo intenta iluminar.

La innovación a que hacemos referencia hasta puede ser en el diseño sonoro algo de carácter radical. Incluso, a veces, ante la necesidad de romper con los marcos establecidos, esa innovación se hace tan disyuntiva de lo consagrado o del hábito, para pasar a un contexto de reinvención. Es así como resulta central, en este estudio que es a la vez de valor conceptual y numerosas posibilidades de despliegue en la práctica del diseño y la creación sonora para el campo audiovisual, su opción por plantear estrategias. Cómo y con qué criterios puede el realizador moverse en un terreno altamente enigmático. No intenta imponer el seguimiento protocolizado de métodos o técnicas, sino partir desde el análisis a muy corta distancia, atento al detalle, dentro de lo usualmente se considera la escala del microanálisis de secuencias o fragmentos de ellas, para extraer de allí las conclusiones que pueden llevar a posibles saberes que orienten a ese hacer. Saberes, aunque con la conciencia de que habrá que ponerlos a prueba o hasta desafiarlos ante nuevo caso.

Durante largo tiempo en el despliegue del pensamiento sobre el cine y la creación audiovisual, desde los inicios del cine sonoro como modalidad predominante, instalada hace ya unos noventa años, el sonido tan presente en cada película (y ni hablar en la siempre sonora televisión) pareció situarse en el lugar del pariente pobre de la teoría audiovisual. A menudo se lo advierte confinado al lugar de un capítulo suplementario al centro de atención constante que proporcionaba la imagen visual, el sonido ocupaba un segmento acotado, algo así como el candidato a un lugar en cierto modo adicional, o incómodo ante un “arte de las imágenes en movimiento”. Este estudio ingresa en la serie, afortunadamente creciente, que hace honor al cine como un arte tan fundamentalmente sonoro como visual.

El estudio de Luna abunda en perspicaces acotaciones en los laberintos del sonido cinematográfico. Sus recorridos, sus giros y evoluciones responden a la complejidad de dicho territorio que aún se nos muestra con un alto grado de incógnitas. Para ello no pocas veces debe procurarse el diseño de sus propias herramientas conceptuales, discutiendo los vocablos usuales, planteando preguntas sobre una terminología que se ha desarrollado a caballo entre el mundo de la jerga técnica y la reflexión teórica de distintas disciplinas. Es así como, a varias décadas del ingreso del concepto de Diseño Sonoro al terreno de la realización y la enseñanza, e incluso con casi una generación de evolución del campo académico emergente conocido globalmente como Sound Studies, ciertos malentendidos o algunos problemáticos sobreentendidos persisten, algunas oscuridades resisten en el mismo vocabulario con el que los profesionales del sonido y del audiovisual en general intentan comunicarse para poner en común lo que piensan y hacen cuando intervienen en un proyecto, o discuten sobre lo realizado por otros. Es llamativo cotejar el glosario disponible para pensar y hablar sobre las experiencias sonoras, ya que ostenta siempre una considerable escasez respecto de su correlato en el mundo de lo visual. Este libro acepta ese desafío y no retrocede ante la necesidad de contar con conceptos de elaboración propia, adecuadamente definidos, sometidos a debate y precisados, para dar cuenta de un panorama que se advierte de complejidad creciente.

Por cierto, destaca en las propuestas de este libro la presencia e influencia de uno de los nombres clave de la reflexión sobre el cine como arte sonoro, el investigador, músico y docente Michel Chion.  Incluso puede detectarse la impronta chioniana no solamente en lo que toca a la presentación y discusión de sus ideas, sino en cierto tono que se aleja de esa distancia propia de los textos académicos, que cultiva como valor hasta cierta neutralidad impersonal. Luna hace su apuesta a cada página, pone a prueba sus convicciones y arriesga sus conjeturas, delineando de paso una voz personal, esa voz que seguramente se relaciona con su perfil múltiple de docente, investigador y artista sonoro. Esta estrategia permite establecer una forma de comunicación con sus lectores que se sustenta en el convite cercano, en la oferta a descubrir juntos algunos aspectos cruciales, y por qué no hasta algunas paradojas, del diseño sonoro.

En el libro se otorga, como la tradición indica que es esperable, un lugar destacado a la estructura y funciones de la música en las piezas audiovisuales, pero en ningún momento cede a la tentación de considerar a las formaciones musicales como una matriz fundamental y dominante, con consistencia propia, que debería cotejarse con la banda de imagen, como un pas de deux de dos orgullosos protagonistas dispuestos a disputar el centro de la escena. Por lo contrario, entiende al sonido como una experiencia compleja aunque particularmente dispuesta a la articulación, la fusión e incluso la evanescencia en función del efecto de amalgama que surge cuando la imagen visual teje sus entramados con esas presencias acústicas. Por otra parte, en su mismo planteo inicial esta obra se propone no redundar en algunos ejes temáticos largamente recurridos en el prolongado linaje de los volúmenes que tratan sobre cine y música. Presupone un lector que muy seguramente se haya topado antes con esas recurrencias en otras páginas, o que tal vez no lo haya hecho pero podrá hallarlas en una larga lista de bibliografía disponible. En lugar de volver una vez más al tratamiento de la música como ilustración de lo visible, de refuerzo emotivo de situaciones diegéticas desde un espacio externo (la gran operación omnipresente del cine mudo en cada sala, luego prolongada hasta hoy en la llamada música extradiegética) o del siempre a mano leit motiv, el autor prefiere centrar su atención en cómo operan sonido e imagen en situaciones intrincadas, que frecuentemente convocan a la irrupción de ciertas curiosas magias perceptivas, intelectuales y afectivas, en un mundo para mirar, escuchar y habitar, y por ello, en permanente construcción.

En las construcciones audiovisuales analizadas por Luna destaca la multiplicidad de recursos teóricos que concurren a la comprensión de lo que en esos pasajes toma distintas materias y cobra forma. En el extenso set de casos que atraviesa el libro pueden encontrarse algunos referentes absolutamente inevitables cuando se convoca al sonido en cine, a saber: Hitchcock, Welles, Tati, Tarkovski, Lynch, los Hnos. Coen, entre otros. Pero también insisten algunas películas del mainstream contemporáneo con su respectiva marca autoral, como Avatar o El señor de los anillos, y hasta es posible advertir algún caso proveniente del cine indie o de las producciones más cercanas a la producción comercial convencional del cine internacional, o bien conocidas series televisivas como Lost o Los juegos del hambre. De nuevo la estrategia: se trata de que esos casos permitan avanzar en la intelección, no en la ilustración de fórmulas extraídas de ejemplos exitosos (el pecado original de tanto manual apegado a la transmisión de instrucciones), sino que el intento es de advertir cómo ese caso particular deja en evidencia un problema y sus posibles implicancias, cómo puede proyectarse una solución posible y qué efectos poseen éstas. En la discusión de esas implicancias es realmente remarcable cómo el autor dispone un conjunto de herramientas conceptuales que van de la teoría cinematográfica y musical, pasando por teorías de la percepción, el examen de la relación entre sonido, mente y cuerpo con referencias de distintos marcos disciplinares, y no pocos elementos que encuentra en los discursos críticos relativos a la teoría social y al pensamiento filosófico. En ese sentido su trabajo se desarrolla en sentido transversal a la aplicación de una disciplina predominante. Todo el aparato conceptual desplegado, incluso en su procedencia heterogénea, se justifica en la misión de entender y de contribuir a crear experiencias sonoras en el mundo audiovisual, articulando teoría y práctica.

Ante todo, los desarrollos propuestos por el autor dan cuenta de un refinado e imaginativo arte de la escucha y la mirada, puesta al servicio no de una pureza o tendiente a un aislamiento de la experiencia sonora respecto de la confrontación con lo visible. Todo lo contrario, hace lugar a aquella vieja pero más vigente que nunca intelección de Bazin, en el sentido de que el cine es un arte impuro. Y como arte generado de una matriz heterogénea, de formas de manifestación atentas al intersticio y a las fricciones de elementos disímiles en su mismo seno, cabe esperar que su mismo vigor y sobrevivencia dependen de esa impureza que, aunque muchos la hayan creído cuestión de bastardía,  no es sino la clave de una persistencia altamente productiva, a ciento veinte años de su irrupción inicial.

Pueden verse, en la original propuesta estructural de este libro, indicaciones de navegación. Es posible seguirlas en un devenir guiado por un trayecto que se percibe diseñado por alguien que ostensiblemente posee en la actividad de enseñanza un eje importante de su acercamiento.  Pero también es posible leerlo al ser interpelado por alguna de las preguntas de su índice. Complementario al docente está el estudioso, dispuesto a explorar terrenos donde las incertezas pesan tanto como los contenidos estables y prontos a transmitirse.  Por último, en la escritura del volumen queda además en evidencia el artista. Y uno de una variedad no muy frecuente: aquel dispuesto a interrogar incansablemente, buscando las razones a las diferentes dimensiones de su esfera de creación, invitando a compartir la inquietud. Esta invitación es en definitiva, convocatoria a mirar y escuchar juntos, para extraer de eso la enseñanza posible y aprender a crear esos sonidos que esperan ser vividos integralmente frente a una pantalla, para mayor logro de la fruición cinematográfica.

Para finalizar, unas líneas sobre el abundante corpus filmográfico al que Luna  recurre en su trayecto investigativo. Hay allí films clásicos y modernos, escenas y secuencias muy conocidas en algunos casos, pero pasajes recónditos en otros. Todo para extraer, en una dinámica paso a paso, un conocimiento posible desde las bases del trabajo creador con el sonido en el cine. De igual modo procede con las intervenciones y las ideas de los propios realizadores y creadores de diseño sonoro, cuyas voces resuenan a lo largo de todo el libro dando por momentos una estructura verdaderamente dialogal a su desarrollo. Las citas en cuestión y la apropiación que se hace de ellas no las encumbra en el pedestal de los argumentos de autoridad, sino en el seno de una discusión en marcha, el esfuerzo por entender ese mundo en el que apasionadamente se encuentran inscriptos. Luna aprovecha cabalmente una notable y admirable tendencia de muchos de los grandes nombres de la realización cinematográfica y el diseño de sonido, su afabilidad y hasta cierto espontáneo impulso docente, desplegado de manera muchas veces informal, que no solamente es capaz de comunicar ideas y formas de trabajo, sino hasta verdaderas filosofías de la profesión, haciendo de esta aventura del Sound Design una empresa de muchos, que cobra forma con la participación de lo que podría denominarse como una inteligencia colectiva, que puede ir desde compartir un truco o una técnica hasta la reflexión epistemológica sobre la fundamentación de su tarea. Seguramente, el diálogo sostenido entre autor y lector en Diseño de sonido para producciones audiovisuales  podrá prolongar esa aventura, haciendo de la lectura de estas páginas una invitación a ese tipo de pasión que implica una creación altamente razonada, un modo de experiencia que, no aunque quede disimulada cuando uno se limita a decir simplemente que  “ve una película”, resulta muchas veces la gran responsable de que una pieza audiovisual no sólo pueda apreciarse y comprenderse, sino que prenda y permanezca como algo vivo en cada espectador.




[1] Dirige el Doctorado en Artes de la Facultad de Bellas Artes, UNLP. Doctor en Psicología Social. Profesor de Teorías del audiovisual y de Análisis y Crítica en la FBA-UNLP, en la ENERC y en la UNT. Profesor de Maestría y Doctorado en la  FADU-UBA. Profesor visitante en carreras de Grado y Posgrado en la Universidad de Guadalajara y UNAM, México, Universidad Nacional, Universidad Javeriana y Universidad de Caldas, Colombia, EICTV de Cuba, Universidad de Chile, Universidad Católica de Chile y Universidad de Valparaíso, entre otras. Autor de Diccionario de Cine (Paidós, 1998) y El cine clásico: itinerario, variaciones y  replanteos de una idea (Manantial, 2008). Compilador y autor de Interrogaciones sobre  Hitchcock (Simurg, 2001), Cine Ojo: un punto de vista en el territorio de lo real (2007),  y Hacer Cine: Producción Audiovisual en América Latina (Paidós, 2008) y The Film Edge (Teseo, 2010). Dirige la publicación académica Arkadin. Estudios sobre Cine y Artes Audiovisuales (FBA-UNLP).